En 1993 Ken, ahora mi marido de 17 años, y yo fuimos a Guatemala. En aquel entonces Ken era un estudiante de postgrado, y yo me encontraba en transición de empleos. Nuestro plan era de estudiar el español en forma intensiva por un mes más o menos y así llegar a conocer algo de otra cultura. El plan era, tal vez, típicamente norteamericano. Probablemente podríamos aprender algo, sin comprometernos, y acumular unas cuantas historias para contar. No sospechamos que las últimas semanas de nuestra estancia las pasaríamos en la compañía de Roberto, sindicalista entregado a la lucha sindical y crítico del gobierno y que estas semanas serían las últimas que Roberto pasaría en su país. Nuestras vacaciones coincidieron con el gran cambio que vendría en las vidas de Roberto y Yolanda. Esto no lo hemos olvidado, y nuestra relación con ellos ha perdurado.
Fuimos a una escuela de idiomas en Quetzaltenango, ciudad también conocida como Xela, una ciudad en el altiplano al oeste de la capital. La escuela tuvo una orientación activista, más bien de izquierda, en la escuela aprendimos algo sobre las Brigadas de Paz (Peace Brigades). En aquel entonces, las Brigadas de Paz se ocupaba de acompañar a personas en zonas de guerra o en zonas peligrosas. La teoría era que los norteamericanos, canadienses, y europeos eran protegidos por sus pasaportes y por ende podrían dar protección a personas amenazadas o en peligro. A la vez podrían ser testigos en caso que los activistas políticos fueran atacados. Nosotros habíamos voluntariado, con otros extranjeros, para estar en el hospital frente al cuarto de un sindicalista guatemalteco que había sido sacado de un autobús sobre la carretera panamericana, recibiendo un tiro en el estómago por haber filmado guatemaltecos en el campo. Así eran nuestras acciones pasivas de apoyo.
Conocimos a Roberto a través de una de las profesoras de la escuela de idiomas. Como varias de las maestras guatemaltecas, tenía dos trabajos; su trabajo principal era de directora de una escuela primaria para niñas. Roberto era maestro en esta escuela, uno de los mejores, nos dijo, y también militante de la UTQ, Union de trabajadores en Quetzaltenango, militancia que le hacían sospechoso ante los ojos del gobierno. Roberto, nos dijo, mientras conjugábamos verbos, había sido muy abierto en sus críticas del gobierno. Algunos años antes, su hermano mayor, Willie, había sido un activista en el movimiento estudiantil. Desaparecido, su cadáver fue encontrado en un basurero, evidenciando amplias quemaduras de cigarros.
Roberto vino a hablar a nuestra escuela. Por nuestra parte, nos interesaba conocer una escuela guatemalteca, y visitamos su sala de clase. Sus estudiantes – unas cuarenta niñas – presentaron “Blancanieves y los siete enanitos”. Posteriormente, escuchamos un discurso de Roberto durante la Huelga de Dolores, un evento público en la semana santa, durante la cual manifestantes enmascarados son, por este tiempo, tolerados. Poco después de la huelga, encontramos a nuestra maestra de español en la calle. Parecía consternada, y después de abrazos y besos, nos hizo a un lado y dijo: “Roberto vino a mi casa anoche, con mucho miedo. Le han dicho que si no sale del país dentro de un mes, lo van a matar.” Nosotros habíamos escuchamos muchas historias de este estilo, casi cada familia tenía una que contar, secuestrados en un callejón, sacados de un autobús en la noche. A veces podrían ver el cuerpo, pero en la mayoría de casos, nada.
“¿Es que va a salir del país?” Le preguntamos. “Tiene que salir. No tiene alternativa” nos dijo. Ofrecimos nuestra ayuda, y nos encontramos a Roberto en un parque. Sentado sobre un banco, nos contó lo que había pasado. El iba caminando para su casa después de una conferencia de noche. La calle estaba tranquila, él podía escuchar el sonido de sus pasos sobre la arena y la gravilla del sendero. A unas cuadras de su casa divisó dos personas. Se le acercaron y le hicieron saber que llevaban armas bajo sus abrigos. Le acusaron de ser un desestabilizador del gobierno y le dijeron que tenía que salir del país antes del 22 de abril. Era ya mediados de abril. Su hermano había recibido amenazas semejantes. Roberto estaba muy preocupado por su madre, a la cual le había devastado el asesinado de Willie. Por su propia securidad, y la de su mujer Yolanda y sus dos hijos, Flor de María y Daniel, se decidió abandonar el país. Este era el comienzo de nuestro pequeño capítulo en la odisea de Roberto.
Roberto había pedido asistencia de las Brigadas de Paz, pero el grupo local tenía demasiado ya. Entonces, por varias semanas, Ken y yo mismo asumimos este papel, simplemente el estar con Roberto. Comenzó como un compromiso menor – un día o dos hasta que su situación se resolviera. Francamente no recuerdo como cada día condujo al siguiente. El asunto resultó muy complicado. Necesitaba documentos y una invitación de los canadienses para ir a Canadá. Habían conversaciones con sus colegas sindicalistas, habían planes y compromisos y cambios de estrategia. El carácter rudimentario de nuestro español y nuestra ignorancia de la burocracia guatemalteca hizo difícil entender todo. Lo que sí era claro, era la preocupación de Roberto, la certeza de que las amenazas llegarían la acción.
Por varias semanas, estuvimos junto a Roberto. No parecía seguro quedarse en su casa; vivía con su esposa Yolanda y los hijos en la casa de los padres de Yolanda. Su cuñada, quien cuidaba a los niños mientras Yolanda, médica, estaba del hospital, vivía en la misma casa. Entonces, cambiamos de lugar frecuentemente. Algunas noches pasamos en la sede de la UTQ, durmiendo sobre colchones de paja. Una noche escuchamos una bocina y lo que parecía ser tiros afuera. Era el 22 de abril – el día en el cual Roberto había recibido órdenes de dejar el país. El local no parecía seguro, y nos trasladamos a los terrenos de una escuela secundaria donde el padre de Roberto era el director. Había una casita donde nos quedamos. Los hermanos de Roberto pasaron para charlar, cocinar, y animar a Roberto.
Fuimos con Roberto a la Capital para obtener documentos y ver lo que el sindicato podía hacer algo para ayudar. Un amigo de Roberto nos llevó a la capital en su auto, pero volvimos por autobús. Yo me senté al lado de Roberto en los primeros asientos del autobús, y Ken ocupaba el asiento atrás de nosotros. Roberto parecía tranquilo, y conversamos sobre su trabajo, el país y sus creencias. Era un viaje de noche, y a escasos kilómetros de Xela el autobús se detuvo para un tipo de control. Mi corazón latía locamente mientras subió un milico armado. Cosas malas parecían pasar sobre carreteras poco transitadas de noche en Guatemala. El milico pidió mi pasaporte. Yo buscaba en pasaporte mientras Ken le pasaba a Roberto su mochila, pues Ken la traía. El milico se quedó viendo a Roberto pero prosiguió pidiendo documentación a los otros pasajeros. Volvimos a respirar hasta que el milico se fue y el autobús continuó el viaje. Era un mensaje. Si nosotros no habíamos estado con él, nos dijo, lo habría matado.
Una tarde, fuimos con Roberto a la Universidad de San Carlos donde él tuvo que hacer un examen. Su hermano Willie había sido un estudiante, y un mural pintado con su cara se encontraba allí. El examen debía tener lugar a las seis de la tarde, pero hubo apagón y la sala quedaba sin luz. El supervisor canceló el examen. Antes que los demás estudiantes se retiraran Roberto les informó de las amenazas y de su proyecto de salir del país. Varios estudiantes tomaron la palabra, alabando a Roberto por su coraje. Una mujer estaba llorando, diciendo: “Mire lo que pasa con hombres como usted, que no tienen miedo de hablar en defensa de la justicia. Tienen que abandonar el país, y nosotros nos quedamos, con miedo.”
Eventualmente Roberto llegó a una casa segura en la Capital. Yo tenía que tomar mi vuelo para volver a los Estados Unidos mientras Ken iba a Costa Rica para un programa de estudios de verano. Nos consolaba saber que estaba seguro, que esperaba las invitaciones para irse a Canadá, y que un voluntario de las Brigadas de Paz estaba con él. Pero supimos lo que pasaba: nosotros estábamos en proceso de abandonarle. Nosotros teníamos nuestros pasaportes. Nosotros podíamos tomar vuelos. El se quedó con el miedo y en la espera caracterizada por incertidumbre. De hecho, él y Yolanda y los chicos tuvieron que pasar por otros eventos de miedo antes de llegar a Canadá.
Nos regocijamos al saber que Roberto, Yolanda y los niños finalmente llegaron a un lugar seguro. Hemos tenido la fortuna de conocerlos a través de los años. Roberto nunca dejó de trabajar por lo que creía justo, y estamos asombrados por los estudiantes que enseñó, por las casas construidas en Guatemala, por los campesinos que tienen nuevas esperanzas por su trabajo. Cuando lo vemos, Roberto siempre nos agradece por esas semanas que pasamos con él en Guatemala. Pero nosotros no hacíamos nada. Sólo disfrutamos la compañía de un hombre valiente, comprometido y de gran corazón. Poco después de regresar a los Estados Unidos, quise escribir lo que había pasado. Recientemente leí de nuevo estos pensamientos que había escrito, y me quedaba atónita por el relato de haber visitado el barrio dónde Roberto pasó su infancia y juventud. “Roberto pasa los primeros minutos estrechando manos y saludando a sus muchos amigos. Ya estábamos acostumbramos a eso. Roberto parece conocer a todo el mundo. No puede transitar una calle de Xela sin pararse para charlar con alguien que conoce de sus muchas actividades: la escuela, los sindicatos, la universidad, la escuela secundaria donde su Padre es director. Un día fuimos con él a un banco, y tuvo un acogida calorosa de las guardias de securidad y los funcionarios del banco. Cuando salió, estrechaba las manos de todos, diciendo “Gracias, gracias, mucho gusto.” Y yo digo a Roberto, ¡nosotros somos los que te agradecemos!
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